El sueño infantil es uno de los principales caballos de batalla de la crianza. Bebés que duermen a deshoras, que no se duermen solos y que necesitan del contacto físico, los brazos o el pecho para lograr conciliar el sueño, o niños que no se quieren ir a la cama. ¿Quién no ha pasado por ello?
No soy muy tuitera, pero últimamente me estoy animando mucho por allí, aunque reconozco que no sigo el ritmo de otr@s mamás y papás tuiteros, ¿Cómo lo hacéis?. El caso es que hace unos días leí una conversación sobre los problemas que tenían algunos papás para dormir a sus peques y preguntaban a otros cómo lo hacía. Como no, hice mi aportación que pareció causar interés y me preguntaron si lo contaba en mi blog. He hablado en varias ocasiones de sueño de mis hijos en general pero creo que nunca he dedicado una entrada a hablar de cómo se duermen mis hijos.
Así que esta entrada va para @padresfrikerizos y @madresestresadas, que esperan con impaciencia a que les desvele el secreto del duermebien. Yo no se si es algo que solo me funciona a mi, si alguien más lo hace como yo o si es pura casualidad, el caso es que nosotros hemos logrado que nuestros hijos duerman sin ningún tipo de complicaciones.
En realidad no hay misterio ni truco secreto alguno, ha sido algo que ha surgido con el día a día. Cuando nació Iván, la primera mañana que amanecimos en casa tras el alta del hospital aproveché para ir al centro de salud a solicitar el alta médica e inicar todos los trámites pertinentes tras el nacimiento. Si bien había dejado a mi bebé dormidito tras darle el pecho, al poco de irme me llamó Papá diciendo que el niño estaba llorando, así que no debía tardar mucho. Tardé lo que pude y creía que me iba a encontrar una dramática escena de llantos y drama al entrar por la puerta. Y todo lo contrario, lo me esperaba era un papá acostado y su pequeño bebé de apenas 3 días dormido sobre su pecho, una escena tierna, conmovedora, preciosa.
Nos habían regalado una canastilla de moisés (sin las patas) que siempre pusimos en el salón, sobre la chaiselongue del sofá, de esta manera el niño estaría siempre con nosotros sin necesidad de mover la minicuna de una habitación a otra o de usar en cochecito en casa. Así empezó nuestra rutina, mi niño siempre estaba en nuestros brazos o en la canastilla; si estaba despierto, quería mamar o simplemente nos apetecía cogerlo (algo de lo que jamás nos hemos privado) estaba en nuestros brazos, y cuando se dormía lo acostábamos en la canastilla y así recibíamos las visitas, hacíamos otras tareas o simplemente descansábamos del ajetreo de nuestros primeros días como padres. Durante el día manteníamos la actividad habitual de la casa, es decir, persianas levantadas, televisión con el volumen normal, los ruidos comunes (aspiradora, cisterna, cocina), nuestro bebé dormía pese a lo que bulliera a su alrededor; por las noches, por el contrario, después de cenar tocaba a atenuar las luces y bajar el volumen de la tele. A mi nunca me ha gustado acostarme temprano, soy de quedarme tranquila en el sofá viendo la tele hasta al menos las 12 de la noche, así que mientras veíamos tranquilos la tele, el niño seguía allí con nosotros. Si se despertaba estábamos allí para atenderle, si necesitaba mamar me lo ponía al pecho y cuando llegaba el momento de acostarnos entonces lo metía en su cuna, y nosotros en la cama.
Además, también nos acostumbramos a las siestas desde el principio, recuerdo cómo después de comer me recostaba en el sofá con mi niño en brazos, le daba el pecho o lo acostaba sobre mi y así nos dormíamos los dos, tan tranquilos. No me costaba nada que se durmiera, si se despertaba lo volvía a poner al pecho y logramos dormir diariamente una buena siesta.
Cuando me incorporé al trabajo - a los 4 meses y 1 semana - mi niño no solía dormir hasta que yo llegaba, y a mi no me apetecía llegar a las 10 de la noche y tener que irme con él a la habitación e intentar dormirlo, sabía que sobre mi pecho o simplemente sobre mi se dormiría con facilidad, pese a que no fuera la rutina típica y tópica de dormirlo en su cuna. Además, comenzó a despertarse varias veces durante la noche, supongo que queriendo recuperar el tiempo que yo estaba fuera trabajando, por lo que fuimos introduciendo el colecho, ya que me permitía darle el pecho y descansar.
Así fue pasando el tiempo. Iván crecía y yo por inercia seguía esperando a que se durmiera conmigo en el sofá; una vez dormido a veces intentaba acostarlo en su cuna y algunas noches lo lograba, pero generalmente con el movimiento de bajarlo hacia ella, supongo que por la sensación de vértigo, se despertaba y lloraba, por lo que si yo quería quedarme un rato más en el salón viendo la tele tranquila lo más cómodo era tenerlo allí junto a mi. Él dormía a mi lado y cuando me iba a la cama en lugar de en su cuna lo acostaba directamente conmigo. Nunca ha querido dormir solo, han sido pocas las veces que ha dormido en su cuna, parecía que tenía una especie de resorte que saltaba en cuanto yo lo soltaba, sin embargo mientras estuviera yo bien cerquita ya podía pasar un camión por encima que ni se enteraba.
Conforme se hacía más grande no fueron pocas las veces que intentamos que durmiera solo, en su cuna o en su habitación. Jamás consintió quedarse dormido solo en su cuna y me bastaron 5 minutos de llanto para desistir; tampoco logramos que, una vez dormido en mis brazos o al pecho aguantara dormido en la cuna, parecía que no conseguía dormir tranquilo y eso le hacía tener un sueño ligero y se despertaba cada dos por tres, teniendo que ir y venir a la habitación, sentarme en la cama a darle el pecho para que se quedara dormido y tener que salir casi levitando para que no se despertara al escucharme. Un coñazo, la verdad, y pensé que por qué me andaba con tantas formalidades si la solución era bien sencilla: estar cerquita de mi.
Cuando nos dio por poner la cuna en su habitación (sobre el año y medio más o menos), en una ocasión probamos a acostarlo allí y fue la peor noche con diferencia. Yo no dormía tranquila tan acostumbrada a tenerlo cerca y controlado que me podía la inseguridad y la desconfianza de que le pudiera pasar algo y yo no me enterara, y casualmente, en pleno sueño, me desperté con la sensación de haber escuchado cómo vomitaba y, efectivamente, cuando llegué a su cuarto me encontré que había vomitado boca arriba, me recorrió el cuerpo un escalofrío y me sentí la peor persona del mundo. Y volvió a nuestra cama.
Y para qué negarlo, a mi me daba pena, me había acostumbrado a estar con él, tenerlo cerca y vigilarlo, dormir con él; me gustaba sentirlo cerca pese a las posturas que adoptaba, los codazos, las patadas y los despertares nocturnos; pero mejor eso a escucharlo llorar y que tener que andar paseando en medio de la noche de una habitación a otra, con lo bien cómoda y calentita que estaba yo en mi cama. Así que nuestra rutina de sueño fue esa, se quedaba dormido con nosotros en el sofá y a la hora de acostarnos nos lo llevábamos a la cama.
Intentamos cambiar la rutina a los 2 años y sobre todo cuando me quedé embarazada pero Iván tenía un miedo atroz a dormir solo. Yo lo acompañaba y me acostaba con él en su cama, pero era tal su desconfianza que pese a quedarse dormido, parecía que una parte de su cerebro permanecía activa y atenta a mi, y se despertaba mínimo movimiento o amago de levantarme. Yo temía el momento de nacer la niña, qué pasaría, pero me parecía cruel arrebatarle el derecho a dormir conmigo al llegar su hermanita, y por lo mismo necesitaba aprovechar todo el tiempo que nos quedaba hasta entonces. Decidí, como en otras ocasiones y circunstancias, esperar a actuar en consecuencia según surgieran las cosas una vez llegado el momento, pues es tontería adelantarse a los acontecimientos y poner solución a una posible causa que quizás nunca llegue a producirse.
Mi niña la pobre ha sido tan buena desde que nació ha sido tan buena que no quiso quitarle nada a su hermanito, e Iván siguió durmiendo con nosotros una temporada más, hasta que estuvo preparado para por fin dormir en su cama.
Con Antía lo hemos hecho igual. No ha sido tan demandante ni con tanta necesidad de apego como Iván, pero en este caso el hecho de tener un hijo mayor al que atender me ha llevado a querer aprovechar todo lo posible con ella. Y por qué no decirlo, sabiendo que con Iván nos fue tan bien nuestro "método", ¿por qué cambiarlo?. Que conste que no por ello dejé de intentarlo, pruebo en ocasiones a acostarla en la cuna una vez se duerme pero por lo general se despierta, sin embargo si se duerme conmigo no hay quien la despierte, así que después de cenar se duerme en mi pecho, la dejo a mi lado en el sofá y yo tengo mi pequeño tiempo de relax antes de acostarme.
Iván sigue sin querer dormir solo, o al menos sin querer irse a la cama solo. Pero se va encantado si Papá o Mamá lo acompañamos, y se duerme tranquilo y relajado; me acuesto junto a él, ponemos la luz del aplique de la cabecera, le leo un cuento y al acabar apago la luz, nos abrazamos y así se duerme, tranquilo y feliz. Ahora ya me puedo levantar e irme sabiendo que sigue durmiendo, y si se despierta a cualquier hora de la noche y se vienen a nuestra cama, tiene vía libre.
Hemos conseguido que nuestros hijos se adapten a nuestros horarios y costumbres. Se duermen a una hora prudente (sobre las 9,30 de a noche) aunque no lo hagan en su cama, duermen normalmente toda la noche del tirón y rara vez se despiertan antes de las 9 de la mañana. Además se han acostumbrado a dormir la siesta a nuestra misma hora, con lo que hemos ganado un tiempo de descanso y relax después de comer bien agradecido. Son niños dormilones que además necesitan dormir, y se duermen en una piedra si hace falta; más de una vez nos hemos encontrado a Iván dormido con el bocadillo en la mano, de pie apoyado en el sofá o en el suelo sobre algún juguete. Cierto es que Iván necesita dormir más que Antía, y no son pocas las ocasiones en las que se pone insoportable cuando tiene sueño, pero el estar acostumbrado a dormir conmigo me basta con sentarlo en mi regazo o acostarme con él, abrazarlo, ayudarle a relajarse y dormirse.
Para mi es un placer saber que soy un refugio para mis hijos, que les basta arrebujarse en mi regazo para encontrar la paz y el calor necesarios para dormir, da igual donde estemos. Esa sensación de los polluelos bajo mi ala es de las que más disfruto como madre.

El sueño nunca ha sido un problema en nuestra familia. Nunca hemos dejado llorar a nuestros niños por ello ni nos hemos obligado a imponer una rutina o un método. Probablemente para muchos padres lo que hacemos no es normal ni mucho menos correcto, pero lo cierto es que mis hijos se duermen con facilidad y sin traumas, y para mi es todo un éxito. Creo que cada familia debe encontrar su propia manera de hacer las cosas al margen de costumbres, consejos y métodos, muchas veces nos pesa la losa de pensar que las cosas hay que hacerlas de tal manera y salirnos de ello es hacerlo mal, y ni mucho menos.
Si tus hijos duermen tranquilos y felices y además los papás duermen tranquilos y felices, sea como sea, bien hecho está.